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sábado, 13 de febrero de 2016

14

Cuando mis ojos sean encarcelados por las estrellas, tocaré una última balada que es acompañada por el cálido aliento que atraviesa mi camino. Una nube de pensamientos invade mi razón, pero los impulsos de un hombre pueden ser mucho más fuertes. Las almas que llevo conmigo no supieron hacer su labor. Gritaron fuerte mi nombre pero el viento no los oyó. La sangre del impuro es lo único que podría hacerle frente a mi destino, mas las palabras flotan en el aire si no les agregan una pizca de verdad. No es sencillo navegar por el océano que separa los dichos de los hechos; la vida de la muerte.

A pocos metros puedo divisar a mi corazón que está correteando por el bosque en búsqueda de mi sombra. Seis campanadas podrían darle comienzo al renacimiento. Empiezo a contar de atrás hacia delante, esperando por el último impacto contra el tambor cuando, de repente, una loba se posa frente a mí y emite el más suave de los aullidos. Parece estar en posición de defensa, ya que sus orejas se encuentran aplanadas y mantiene el cuerpo pegado al suelo, preparándose para atacar en caso de necesitarlo. No sé si es el miedo lo que me está paralizando, pero me cuesta hacer que mis músculos respondan. Lentamente, y con suspicacia, se va acercando poco a poco. Con cada paso que da, comienza a erguir su cuerpo a la par que el pelaje se le va cayendo. Aquella loba que le susurró a la luna, ahora se convirtió en una mujer que me observa fijamente.

Intento hablarle pero las palabras no ceden, ya que me las roba con cada suspiro que provoca en mi. Desearía poder verme reflejado en sus ojos, pero lo cierto es que mi mirada se perdió en ellos desde ese instante en que la conocí. A medida que pasan los segundos nuestros labios se van juntando como pequeños barcos hasta desembocar en el mar de su garganta. Por algún motivo, mi corazón siente un fuerte impulso por unirse con el suyo y así poder sentir de cerca sus latidos. Una parte de mí se está desprendiendo para acompañar a su ánima dondequiera que vaya.

De ahora en más quien quiera buscarme deberá hacerlo siguiendo el rastro de la luna.

sábado, 12 de diciembre de 2015

Inspiración

El enfrentamiento más importante en la vida de todo ser humano es aquel que se produce consigo mismo, con ese extraño que nos sopla en la nuca mientras observa las campanadas del reloj. El tiempo es oro, pero mi vida no es más que una lágrima que cuelga de un péndulo. No he vuelto a ser el mismo desde que se desvaneció en mis brazos. Desearía poder vivir de los recuerdos, mas su ausencia es la que corretea por mi piel. Fue su amor lo que alguna vez penetró en mi oscuridad y la iluminó a través de un suspiro. Su sonrisa era lo que encandilaba mi historia cada mañana.

Renuncio a dormir porque tengo miedo de conocer mis pensamientos más oscuros, pero con el paso del tiempo los párpados ceden y me sumerjo en un mundo del que no puedo escapar. En mis sueños, me encuentro pronto deambulando en una ciudad sin salida. Corro lo más rápido que puedo e incluso llego a sentir cómo las pulsaciones de mi corazón van aumentando a medida que pierdo el control. Intento gritar, pero de mi boca no sale más que un aullido. Las piernas me pesan y se convierten en cristal. A lo lejos, percibo el sonido de un auto que viene a toda velocidad. No logro girar la cabeza para ver lo que está sucediendo pero sé que en cuestión de segundos, cuando se escuche más y más cerca, me voy a levantar.

Despierto bajo una lluvia púrpura que surge en lo profundo de mis entrañas. En mi interior considero que todos esos sueños son cicatrices que merecen ser abiertas y arrancadas sobre sí. Prometí que iba a cuidarla para toda la vida y, sin embargo, esa noche no pude hacer nada para salvarla. A pesar de todo, debo caminar contracorriente frente a lo que mis impulsos dictan y cargar con la mochila que llevo encima. No es posible entrar a un campo de rosas sin que se dispare ni una sola bala.

jueves, 4 de junio de 2015

Genio y figura hasta la sepultura

Dicen que soy un buen entendedor porque las palabras me sobran, aunque se sabe que por la boca muere el pez. Prefiero comenzar el día con el pie derecho, así que a primeras horas veo por la ventana el vuelo de los grajos. Si éstos vuelan rasantes, se sabe que hace un frío impresionante. Junto con ello, me sirvo el desayuno y empiezo a leer el periódico, que no hace más que traerme disgustos. Hace poco leí una noticia donde entraron a robar a un negocio y se llevaron todo. Mi comercio lo manejamos con mi esposa hace años, no creo que sucedan eventos de este tipo pero prefiero ser prevenido y valer por dos, más porque nadie puede decir “de esta agua no he de beber”, ya que a cada chancho le llega su San Martín y sino pregúntale a Dios, que castiga sin palo y sin rebenque.

Ella me dice que soy un tonto a las tres, pero yo hago oídos sordos. Quizá ponga seguridad algún día de estos, pero con la edad que tengo qué me van a robar, hay que gozar de la fresca viruta y dejar de pensar tanto las cosas. Le encanta buscarle la quinta pata al gato; no hay mal que por bien no venga. De cualquier manera, la mujer y el oro lo pueden todo. Para colmo nuestros hijos abandonaron el nido hace varios años ya. Es algo gracioso debido a que ahora me gustaría tenerlos cerca, se los extraña un poco y se me hacen lágrimas de cocodrilo, pero antes, hace unos años, esos dos hijos más una madre eran tres diablos para un padre como yo.

Encima eran inquietos e indecisos, me volvían loco. Cuando crecieron ya fue otra la cuestión. El mayor es todo un personaje; un alma de cántaro bárbaro que por su ingenuidad pisa todos los palitos. Por suerte se las rebuscó para salir adelante con la empresa de fotografía. Debo admitir que no comprendo mucho de tecnologías y de artilugios modernos, pero igualmente pongo las manos en el fuego que si él dice que eso será el futuro, bienvenido sea. El menor, por su parte, es bastante conflictivo. Le gusta andar sembrando cizaña con medio mundo y lo he visto irse de boca un par de veces y en varias ocasiones lo tuve que ir a buscar a la comisaría por diferentes encuentros que tuvo. En más de una oportunidad tuvo que pasar la noche en blanco, porque si tenés que dormir en un lugar como ese, te la regalo. No quiero que se meta en problemas, más porque al ser joven la muerte lo acecha. Como si fuera poco hay algunos vivos que todavía me dicen: “el que por su gusto muere, hasta la muerte le sabe a gloria”. Es una pena porque es muy inteligente pero por sus malos tratos se siente el último orejón del tarro y eso, para un estudio de abogados, no es nada bueno. Más vale maña que fuerza.

Hay que encontrarle el lado positivo: cuando se fue el más grande, el otro se quiso ir y así maté dos pájaros de un tiro y los mandé a volar bien alto así no se ve ni una nube. Lo que no pasó en un año, pasó en un día. Igualmente, no me hagan caso que acá hay mucho ruido y pocas nueces. Me hago el duro pero tanto a mis hijos como a mi señora, los amo como a nada en este mundo. Tendría que dejar de tirar piedras hacia mi propio tejado porque eso es tema de tontos y de necios. Hay que ser agradecido de la vida, saber divertirse y aprender a amar, porque el amor por los ojos entra, y en el corazón se aposenta. Dondequiera que estés: haz bien sin mirar a quien. Hasta siempre.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Sin rostro

Intento escapar, mas no puedo. Hay algo allí fuera que me retiene, que me atrapa con sus largas garras cual prisión con barrotes incandescentes. No puedo tocarlo, pero siento cómo acaricia mi pelo por las noches; escucho su voz bajo la sábana de invierno, un aullido feroz que pondría a cualquier lobo a ocultarse tras la luna. Está en todos lados pero a la vez no está en ninguno. Intento hablarle pero no me responde.

Simplemente lo puedo ver, sentado en mi sofá con una copa de vino en una mano y un cigarro en la otra. Tras varios intentos de comunicarme con él, sólo logro que esboce una sonrisa, que pareciera que se burlara de mí. Nunca me ha hecho daño, pero necesito respuestas. Deseo saber quién es y por qué me acompaña a donde yo vaya. Él sabe que estoy desesperado por saber su nombre y eso alimenta su ego.

No he hablado nunca de él con ninguna otra persona. Cada vez que me envalentonaba para contárselo a alguien, una fuerza externa me lo impedía; por algún motivo él no quería que nuestro pequeño secreto salga a la luz. También he pensado sobre varias opciones para conocerle, pero sin éxito alguno. Nunca he podido verle el rostro pero presiento cómo se burla de mí.

Lo más curioso es que siempre tengo el mismo sueño donde aparece en forma de sombra que viaja por el viento. Me hace un gesto, invitándome a viajar con él. No tengo alternativa y lo comienzo a perseguir. A medida que me voy acercando a él, una música melancólica suena en mi cabeza. Unos bombos retumban con mayor intensidad cuando estoy a punto de coger su mano. En ese preciso momento es cuando acaba el sueño, despertándome bajo una lluvia púrpura que surge bajo mis entrañas.

No tengo nada más que perder, porque lo he perdido todo. Tanto mi pareja, como mis amigos y familiares, se han esfumado como bocanada de aire fresco. Dudo que sea lo mejor, pero no me queda otra opción más que acompañarlo en el viaje. El ventanal me mira de reojo, impaciente por ser puesto en libertad. Quito el pestillo y observo la calma que se disfruta en la noche. Inhalo el último aire que será el último suspiro. Pronto lo más anhelado se hará realidad y todo se desvanecerá como un sueño.

Estoy preparado para hacerlo. Miro una última vez hacia atrás, recordando que no dejo nada en el camino. Salto y espero a caer en el vacío. Treinta metros son los que me separan del suelo y es allí cuando una cantidad impensada de imágenes pasean por mi alrededor. Con una última lágrima, cierro los ojos y me despido para siempre, esperando encontrarme con él.

Me encuentro en un cuarto blanco, sentado en una esquina. No hay nadie al derredor mío. Se abre una puerta y una voz misteriosa susurra mi nombre. Corro hacia fuera y allí está él, de espaldas. No me habla, pero logro hacer que se gire sobre sí. Por algún motivo sigue esbozando la misma sonrisa que tiene desde el día que lo conocí, sólo que esta vez, no parece ser un sueño.

lunes, 7 de julio de 2014

La chica de la bufanda azul

La noche se acercaba y la luna comenzaba a mostrar su cara. Pronto el reloj marcará las 20hrs y el viento susurrará un grito de dolor y agonía. Quedaban más de treinta minutos para el toque de queda, que alarmaba sobre un peligro en la ciudad. Francesca era una adolescente promedio, con buenas calificaciones y aptitudes artísticas más que asombrosas, pero en ese momento se estaba por convertir en un simple olvido.

Corrió lo más rápido que pudo para alcanzar al autobús, sacar su pasaje y buscar un lugar donde sentarse. En su reproductor digital sonaba la canción “Autos, Moda y Rock and Roll”, un hit de la banda mexicana Fandango que supo sacudir a toda una ciudad en los años 80. Era una chica que le gustaba vivir con la moda del pasado e intentaba no olvidar las viejas costumbres. Sacó una carta que su pareja le había escrito esa mañana, y que no había tenido oportunidad de leerla. La lluvia se hizo presente, golpeando en aquel cristal y bailando el mismo ritmo que sus lágrimas al leer la carta.

Levantó la vista un instante para saber cuánto faltaba. Por infortunios del destino, se había pasado unas tres cuadras de su hogar y apenas quedaban dos minutos para que sonara la alarma. Se bajó del autobús y, camino a casa, se propuso continuar leyendo la carta. Un fuerte viento golpeó el pálido rostro de Fran, quien no supo controlar la carta que sostenía en la mano izquierda y emprendió su propio viaje. Intentó atraparla, pero su intento era fallido. Un estruendo sonó por todo el vecindario, indicando el toque de queda, aunque poco le importó a nuestra protagonista.

Persiguió la carta, hasta que ésta atravesó un parque y cayó sobre un charco de lodo. Para su suerte, sólo le quedaba una línea que leer: “deseo pasar el resto de mis días contigo, porque si te vas de mi vida, tendré mil y un razones para morir”. Entre lágrima y lágrima, esbozaba una sonrisa. Dejó que la carta navegara por el mar de la soledad. Dio media vuelta y partió rumbo a su casa, recordando que ya habían pasado diez minutos desde que debería haber llegado. Las gotas que caían sobre sus lentes le obstaculizaban la visión. Se dispuso a correr, cuando su bufanda azul se enganchó con la rama de un árbol. Trató de moverse con agilidad pero los nervios se adueñaron de ella. Al levantar la vista se encontró con un rostro desfigurado e irreconocible, muy similar a cómo describían la figura de la bestia. Aguantó el miedo lo más que pudo hasta que comenzó a gritar. Sus gritos se escucharon por todo el vecindario, mas esto no impidió que la bestia beba de su sangre hasta quedar saciado.

No quedaron restos de la tragedia, de no ser por esa bufanda azul que la convirtió en un mero recuerdo.

viernes, 27 de junio de 2014

El último suspiro

Quizá, sean los últimos momentos en que mi cuerpo posea un alma. Será, que pronto se dará el suspiro final; un final lleno de amargura, mezclado con la pena que la guerra dejó. Una fuerte llovizna nos acompaña esta noche junto con el vino extraído del racimo de la soledad. Cierro los ojos imaginando que aquellos gritos desgarradores son una simple música de melancolía. He visto cosas que el hombre no puede llegar a crear siquiera en su mente, cosas que provocaría el estremecer de todo tu cuerpo, de todos tus músculos.

La cabeza me da vueltas como la tempestad que azotó los corazones del pueblo. De lo poco que he vivido, he aprendido que no puedes confiar ni de tí mismo. Sino, mírame a mí, agonizando y lamentándome de todo lo que dejo en el camino. Lazos ardientes producidos bajo el fuego de la unión poco a poco se desvanecen. La sencilla idea de saber que mis hijos se van a criar sin un padre, me mata. Meditar sobre mi final es agotador. Dudo sobre cuál debería ser mi sentimiento. Hemos ganado la guerra, pero hemos perdido gente en el camino, compañeros que nunca van a ser olvidados. He sido una de las personas más egoístas del mundo al querer luchar por mi país, ya que he renunciado a luchar por mi vida.

Lágrimas corren por mi mejilla que se evaporan por la pasión que penetró en mi piel. Todo este tiempo he negado la existencia de un dios, pero si realmente hay alguien allí fuera: proteja a mi familia. Las punzadas se turnan por sobre todo mi cuerpo para hacerme sufrir. Lo merezco, en serio lo merezco. Por favor, que termine ya esta tortura. Por más que grite, por más que llore, nadie me va a escuchar con las paredes derrumbadas sobre mí.


lunes, 2 de junio de 2014

Esplendor

Leves son mis pasos al caminar por una ciudad tranquila y acogedora. Las baldosas por las que camino contienen agua en el interior de sus grietas, provenientes de la tormenta que azotó la noche de ayer. El viento sopla, fuerte, y levanta las hojas resecas del otoño que dan vueltas alrededor de mí y se alejan poco a poco de mi vista. Las nubes se niegan a ceder al abrazarse entre sí, dejando ver el resplandor del sol intenso que persigue su objetivo. El reloj marca las doce en punto. ¡Oh, Demonios! Se me hizo tarde, se suponía que iba a encontrarme con Leila en “Gizzu”, un bar que por lo visto está más lejos de lo planeado.

Me propongo correr a largos pasos, aunque la tarea se dificulta debido al asfalto -aún mojado- que me permite ver mi rostro reflejado en él. Cuando estoy a unos pocos metros intento recuperar el aliento con una gran bocanada de aire fresco. Tras el ventanal, logro verla con una gran sonrisa de punta a punta al verme llegar. Sus voluptuosos labios corretean a los míos hasta atraparme como prisionero sin escapatoria.

Aún no sé bien cómo la conocí, parecería que sus ojos azules como dos zafiros dignos de contemplación me han puesto bajo anestesia y se adueñaron de mi corazón. Pasamos de ser simples desconocidos a ser un lazo ardiente en llamas por la pasión de nosotros dos, esa llama que siento por dentro cada vez que toma mi mano y la lleva a su pecho. La perfección de esta mujer ni siquiera me deja pensar que sea real.

Agacha la cabeza para beber un pequeño sorbo de café y aprovecha para alejar esa melena inquieta e indecisa de su pálida y preciosa cara. Mientras tanto, le voy narrando aquella historia de cuando estuve preso en Brasil al ser atrapado por la policía federal en un control de alcoholemia luego de llevarme por delante un puesto de flores. Allí conocí a un gran tipo, que al parecer también estaba pasado de copas. Me contó anécdotas muy graciosas como la vez que rescató a “su pelotón de fusilamiento” que fueron encarcelados en una prisión de Berlín por parte de los nazis. No sé qué había fumado ese hombre, pero la verdad que le sacaba un par de sonrisas a Leila y es por lo único que fui a verla.

Al terminar de hablarle sobre mis tiempos aventureros comenzó a darme vueltas la cabeza. A menudo me suele suceder, mas no sé el por qué. Acostumbro a correr cada vez que puedo y estoy en constante movimiento. Ella sabía mi situación, y también empezaba a preocuparse. No era normal que cada unas ocho o nueve horas me agarre el mismo dolor. De pronto mi cabeza me tiró para abajo, haciendo peso muerto. Mis ojos se cerraron y fui perdiendo percepción auditiva.

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De repente, se interpone un cartel entre la pantalla y sus ojos indicando que la batería se encuentra al 4% y que se iniciará el apagado automático.