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lunes, 22 de septiembre de 2014

Sin rostro

Intento escapar, mas no puedo. Hay algo allí fuera que me retiene, que me atrapa con sus largas garras cual prisión con barrotes incandescentes. No puedo tocarlo, pero siento cómo acaricia mi pelo por las noches; escucho su voz bajo la sábana de invierno, un aullido feroz que pondría a cualquier lobo a ocultarse tras la luna. Está en todos lados pero a la vez no está en ninguno. Intento hablarle pero no me responde.

Simplemente lo puedo ver, sentado en mi sofá con una copa de vino en una mano y un cigarro en la otra. Tras varios intentos de comunicarme con él, sólo logro que esboce una sonrisa, que pareciera que se burlara de mí. Nunca me ha hecho daño, pero necesito respuestas. Deseo saber quién es y por qué me acompaña a donde yo vaya. Él sabe que estoy desesperado por saber su nombre y eso alimenta su ego.

No he hablado nunca de él con ninguna otra persona. Cada vez que me envalentonaba para contárselo a alguien, una fuerza externa me lo impedía; por algún motivo él no quería que nuestro pequeño secreto salga a la luz. También he pensado sobre varias opciones para conocerle, pero sin éxito alguno. Nunca he podido verle el rostro pero presiento cómo se burla de mí.

Lo más curioso es que siempre tengo el mismo sueño donde aparece en forma de sombra que viaja por el viento. Me hace un gesto, invitándome a viajar con él. No tengo alternativa y lo comienzo a perseguir. A medida que me voy acercando a él, una música melancólica suena en mi cabeza. Unos bombos retumban con mayor intensidad cuando estoy a punto de coger su mano. En ese preciso momento es cuando acaba el sueño, despertándome bajo una lluvia púrpura que surge bajo mis entrañas.

No tengo nada más que perder, porque lo he perdido todo. Tanto mi pareja, como mis amigos y familiares, se han esfumado como bocanada de aire fresco. Dudo que sea lo mejor, pero no me queda otra opción más que acompañarlo en el viaje. El ventanal me mira de reojo, impaciente por ser puesto en libertad. Quito el pestillo y observo la calma que se disfruta en la noche. Inhalo el último aire que será el último suspiro. Pronto lo más anhelado se hará realidad y todo se desvanecerá como un sueño.

Estoy preparado para hacerlo. Miro una última vez hacia atrás, recordando que no dejo nada en el camino. Salto y espero a caer en el vacío. Treinta metros son los que me separan del suelo y es allí cuando una cantidad impensada de imágenes pasean por mi alrededor. Con una última lágrima, cierro los ojos y me despido para siempre, esperando encontrarme con él.

Me encuentro en un cuarto blanco, sentado en una esquina. No hay nadie al derredor mío. Se abre una puerta y una voz misteriosa susurra mi nombre. Corro hacia fuera y allí está él, de espaldas. No me habla, pero logro hacer que se gire sobre sí. Por algún motivo sigue esbozando la misma sonrisa que tiene desde el día que lo conocí, sólo que esta vez, no parece ser un sueño.

lunes, 7 de julio de 2014

La chica de la bufanda azul

La noche se acercaba y la luna comenzaba a mostrar su cara. Pronto el reloj marcará las 20hrs y el viento susurrará un grito de dolor y agonía. Quedaban más de treinta minutos para el toque de queda, que alarmaba sobre un peligro en la ciudad. Francesca era una adolescente promedio, con buenas calificaciones y aptitudes artísticas más que asombrosas, pero en ese momento se estaba por convertir en un simple olvido.

Corrió lo más rápido que pudo para alcanzar al autobús, sacar su pasaje y buscar un lugar donde sentarse. En su reproductor digital sonaba la canción “Autos, Moda y Rock and Roll”, un hit de la banda mexicana Fandango que supo sacudir a toda una ciudad en los años 80. Era una chica que le gustaba vivir con la moda del pasado e intentaba no olvidar las viejas costumbres. Sacó una carta que su pareja le había escrito esa mañana, y que no había tenido oportunidad de leerla. La lluvia se hizo presente, golpeando en aquel cristal y bailando el mismo ritmo que sus lágrimas al leer la carta.

Levantó la vista un instante para saber cuánto faltaba. Por infortunios del destino, se había pasado unas tres cuadras de su hogar y apenas quedaban dos minutos para que sonara la alarma. Se bajó del autobús y, camino a casa, se propuso continuar leyendo la carta. Un fuerte viento golpeó el pálido rostro de Fran, quien no supo controlar la carta que sostenía en la mano izquierda y emprendió su propio viaje. Intentó atraparla, pero su intento era fallido. Un estruendo sonó por todo el vecindario, indicando el toque de queda, aunque poco le importó a nuestra protagonista.

Persiguió la carta, hasta que ésta atravesó un parque y cayó sobre un charco de lodo. Para su suerte, sólo le quedaba una línea que leer: “deseo pasar el resto de mis días contigo, porque si te vas de mi vida, tendré mil y un razones para morir”. Entre lágrima y lágrima, esbozaba una sonrisa. Dejó que la carta navegara por el mar de la soledad. Dio media vuelta y partió rumbo a su casa, recordando que ya habían pasado diez minutos desde que debería haber llegado. Las gotas que caían sobre sus lentes le obstaculizaban la visión. Se dispuso a correr, cuando su bufanda azul se enganchó con la rama de un árbol. Trató de moverse con agilidad pero los nervios se adueñaron de ella. Al levantar la vista se encontró con un rostro desfigurado e irreconocible, muy similar a cómo describían la figura de la bestia. Aguantó el miedo lo más que pudo hasta que comenzó a gritar. Sus gritos se escucharon por todo el vecindario, mas esto no impidió que la bestia beba de su sangre hasta quedar saciado.

No quedaron restos de la tragedia, de no ser por esa bufanda azul que la convirtió en un mero recuerdo.

viernes, 27 de junio de 2014

El último suspiro

Quizá, sean los últimos momentos en que mi cuerpo posea un alma. Será, que pronto se dará el suspiro final; un final lleno de amargura, mezclado con la pena que la guerra dejó. Una fuerte llovizna nos acompaña esta noche junto con el vino extraído del racimo de la soledad. Cierro los ojos imaginando que aquellos gritos desgarradores son una simple música de melancolía. He visto cosas que el hombre no puede llegar a crear siquiera en su mente, cosas que provocaría el estremecer de todo tu cuerpo, de todos tus músculos.

La cabeza me da vueltas como la tempestad que azotó los corazones del pueblo. De lo poco que he vivido, he aprendido que no puedes confiar ni de tí mismo. Sino, mírame a mí, agonizando y lamentándome de todo lo que dejo en el camino. Lazos ardientes producidos bajo el fuego de la unión poco a poco se desvanecen. La sencilla idea de saber que mis hijos se van a criar sin un padre, me mata. Meditar sobre mi final es agotador. Dudo sobre cuál debería ser mi sentimiento. Hemos ganado la guerra, pero hemos perdido gente en el camino, compañeros que nunca van a ser olvidados. He sido una de las personas más egoístas del mundo al querer luchar por mi país, ya que he renunciado a luchar por mi vida.

Lágrimas corren por mi mejilla que se evaporan por la pasión que penetró en mi piel. Todo este tiempo he negado la existencia de un dios, pero si realmente hay alguien allí fuera: proteja a mi familia. Las punzadas se turnan por sobre todo mi cuerpo para hacerme sufrir. Lo merezco, en serio lo merezco. Por favor, que termine ya esta tortura. Por más que grite, por más que llore, nadie me va a escuchar con las paredes derrumbadas sobre mí.


lunes, 2 de junio de 2014

Esplendor

Leves son mis pasos al caminar por una ciudad tranquila y acogedora. Las baldosas por las que camino contienen agua en el interior de sus grietas, provenientes de la tormenta que azotó la noche de ayer. El viento sopla, fuerte, y levanta las hojas resecas del otoño que dan vueltas alrededor de mí y se alejan poco a poco de mi vista. Las nubes se niegan a ceder al abrazarse entre sí, dejando ver el resplandor del sol intenso que persigue su objetivo. El reloj marca las doce en punto. ¡Oh, Demonios! Se me hizo tarde, se suponía que iba a encontrarme con Leila en “Gizzu”, un bar que por lo visto está más lejos de lo planeado.

Me propongo correr a largos pasos, aunque la tarea se dificulta debido al asfalto -aún mojado- que me permite ver mi rostro reflejado en él. Cuando estoy a unos pocos metros intento recuperar el aliento con una gran bocanada de aire fresco. Tras el ventanal, logro verla con una gran sonrisa de punta a punta al verme llegar. Sus voluptuosos labios corretean a los míos hasta atraparme como prisionero sin escapatoria.

Aún no sé bien cómo la conocí, parecería que sus ojos azules como dos zafiros dignos de contemplación me han puesto bajo anestesia y se adueñaron de mi corazón. Pasamos de ser simples desconocidos a ser un lazo ardiente en llamas por la pasión de nosotros dos, esa llama que siento por dentro cada vez que toma mi mano y la lleva a su pecho. La perfección de esta mujer ni siquiera me deja pensar que sea real.

Agacha la cabeza para beber un pequeño sorbo de café y aprovecha para alejar esa melena inquieta e indecisa de su pálida y preciosa cara. Mientras tanto, le voy narrando aquella historia de cuando estuve preso en Brasil al ser atrapado por la policía federal en un control de alcoholemia luego de llevarme por delante un puesto de flores. Allí conocí a un gran tipo, que al parecer también estaba pasado de copas. Me contó anécdotas muy graciosas como la vez que rescató a “su pelotón de fusilamiento” que fueron encarcelados en una prisión de Berlín por parte de los nazis. No sé qué había fumado ese hombre, pero la verdad que le sacaba un par de sonrisas a Leila y es por lo único que fui a verla.

Al terminar de hablarle sobre mis tiempos aventureros comenzó a darme vueltas la cabeza. A menudo me suele suceder, mas no sé el por qué. Acostumbro a correr cada vez que puedo y estoy en constante movimiento. Ella sabía mi situación, y también empezaba a preocuparse. No era normal que cada unas ocho o nueve horas me agarre el mismo dolor. De pronto mi cabeza me tiró para abajo, haciendo peso muerto. Mis ojos se cerraron y fui perdiendo percepción auditiva.

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De repente, se interpone un cartel entre la pantalla y sus ojos indicando que la batería se encuentra al 4% y que se iniciará el apagado automático.


miércoles, 23 de abril de 2014

Bajo la oscuridad

Los sueños se esfuman como bocanada de humo que sale por la chimenea en pleno Julio. El tiempo espera, paciente, a gritarte cada vez más y más fuerte sin importar el dolor que lleves dentro. La brújula que solías sostener ha comenzado a girar para todas las direcciones dejándote atónito al momento que debas tomar una decisión y finalmente, dicha brújula, desaparece. Parecería como si no importara nada en ese momento; quieres encontrar la brújula y seguir el camino que conduzca a esa pequeña llave de una puerta de la que quieres escapar.

Levantas la cabeza y no hay nadie a tu alrededor. Con las fuerzas que te quedan, intentas levantarte pero una fuerza desconocida te empuja contra el pavimento y se ríe a tus espaldas. Por fuera sólo se ve un simple niño llorando en la oscuridad, pero por dentro sientes que alguien está arrancando cada una de tus entrañas hasta desangrar por completo. Las paredes se van cerrando lentamente cual psicópata acecha a su víctima y se deleita oyéndolo gritar. Los latidos del corazón deberían correr más deprisa pero en el interior piensas que lo mejor sería que deje de latir. Un último latido te transporta a recuerdos que creías haber olvidado; piensas en tu familia, en tus amigos, en todo lo que viviste alguna vez.

Piensas que será el fin, pero allí es cuando ocurre la epifanía. Continúas en el suelo sin saber que hacer, cuando una luz se acerca despacio hacia donde tú estás. Su resplandor es tan fuerte que no llegas a verle el rostro. Giras la cabeza hacia el otro lado mientras sientes que “la luz” se va acercando a ti. Sientes un aire húmedo y oscuro en tu oído. Con su ayuda, intentas levantarte. Tus piernas no te responden, pero poco a poco logras ponerte de pie.

Rápidamente, sales de donde estás. El clima hostil y oscuro se ve eclipsado por un sol radiante que pega en tu rostro. Luego de tanta oscuridad, tus ojos van percibiendo diferentes colores. Tus ojos derraman lágrimas como gotas que caen en plena tormenta y golpean la ventana de tu habitación, dejándose caer lentamente hasta desvanecer. Frotas la manga de tu remera contra el ventanal y tras intentar mantener el equilibrio te chocas con lo que parece ser una pared hecha de arbustos.

Alzas la mirada y descubres que estás atrapado en un laberinto. Miras hacia atrás y parece no haber nada. Ese cuarto espeluznante y tenebroso ya no se encuentra allí. Caminas unos pasos, decidido de encontrar la salida y así poder saborear la llamada libertad. Empiezas a impacientarte al no poder hallar respuestas y decides correr. A tu lado, aparece una sombra que no deja de perseguirte. Asustado, intentas alejarte más y más de ella pero parece ser igual de rápida que tú.

Oyes el ruido que proviene de una multitud. Parecerían que están gritando tu nombre. Esbozas una pequeña sonrisa al saber que estás muy cerca de escapar. Estás por llegar a la salida, pero te encuentras con una sorpresa. Las salidas han sido divididas en tres grandes puertas. Cada una de ellas, seguramente te conduzca a un lugar distinto aunque no estás seguro cuál será la mejor o, en todo caso, la peor. No tienes mucho tiempo para pensar, pero escoges la puerta número 3, dejándolo todo a la suerte.

Entras en ella y la puerta se cierra de un portazo. No ves absolutamente nada, más que un cuarto completamente blanco, vacío e infinito. Ingenuamente, pero con voz temerosa, preguntas si hay alguien allí y en cuestión de segundos te das cuenta que estás sólo. Avanzas unos cuantos metros y te topas con una camilla de hospital. Sobre ella, puedes ver que hay un cuerpo tapado bajo una manta blanca con un gran charco de sangre, aparentemente en la zona abdominal. Tomas una de las puntas de la sábana y decididamente la revoleas por los aires.

De repente, abres los ojos y millones de sonrisas dan vueltas sobre ti. Es tu familia, te estaban esperando. Nunca esperaste tal felicidad y, aunque no puedas decir nada, una lágrima tuya lo expresa todo.


jueves, 27 de febrero de 2014

Memorias de una vida pasada

Recorrí tantos pasajes por mi vida que no puedo pedir más. Tuve todo lo que alguna vez he deseado; una esposa hermosa, dos hijos y tres nietos. Viajé a los lugares más lindos que he visto en toda mi vida. Pensar que en ese entonces nos comíamos el mundo con mi esposa, y ahora soy solo yo, caminando por el sendero que me queda de la vida.

Extraño un poco la vida de antes. Despertar todos los días al lado del amor de mi vida y ahora, cada noche voy a dormir pensando en la ausencia fría y cruel que dejó en mi cama. Un porta-retratos con la foto de nuestro casamiento me lleva a lugares inimaginables. Cada vez que veo las fotos recuerdo el aroma que solía llevar en su piel. Un cálido abrazo es lo único que desearía tener en estos momentos. Con todo lo que tengo, sólo algo tan simple como eso pido.

Todos los días sueño con ella. Me habla y me recita los poemas que ahora, estando en un mejor lugar, escribe con la misma pasión adolescente de cuando nos conocimos. Sigo guardando su ropa en el armario, acordándome de viejas anécdotas y de cada vestido que de solo verlos me cuentan una historia por si sola.

Por suerte, y para su desgracia, tengo a mi lado a un viejo amigo con el que podemos hablar de lo que sea. Siempre hablamos de lo mismo. Ambos tenemos miedo de quedarnos pronto sin memoria. Por ahora podemos recordar las cosas con suma claridad, pero de vez en cuando nos entran ciertos bloqueos, que se hacen más y más grandes y sabemos que no falta mucho para que la impotencia de la vejez nos termine ganando.

Juntos, nos sentamos frente a un lago. Es increíble cómo cambian las cosas que, con lo poco que hacemos, tenemos el tiempo suficiente para contemplar la naturaleza desde otro punto de vista. Este mismo lago que estuvo frente a mí toda la vida y nunca le he dado importancia. Los niños corretean alrededor nuestro mostrando el espíritu de la juventud. Parejas sonriendo pasan frente a nosotros y se prometen amor eterno. También están los delincuentes que nos traen algunos disgustos, pero ya vi tanto de eso que prefiero evitar pensar en ello.

Algún día será mi turno de estar contigo, amor, y podremos recitar juntos los más bonitos poemas que juntos hemos podido escribir. Tengo algunos guardados para cuando nos veamos, así que prepárate porque en un rato voy a estar allí arriba.

Te juro que si estuvieras aquí las cosas serían distintas. He desaprovechado los últimos momentos que tuve a tu lado, discutiendo día tras día cuando podíamos haber estado reproduciendo nuestro romanticismo por todos lados.

Nuestros hijos están bien, cada uno con su tema. Los nietos están enormes, los que no llegaron a conocerte siguen preguntándome por ti y por supuesto que siempre les digo la mujer maravillosa que fuiste, que eres, y con todos esos momentos tan lindos que pasé a tu lado.

Espero verte rápido, te extraño y no dejo de pensar ni un segundo en ti.