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lunes, 7 de julio de 2014

La chica de la bufanda azul

La noche se acercaba y la luna comenzaba a mostrar su cara. Pronto el reloj marcará las 20hrs y el viento susurrará un grito de dolor y agonía. Quedaban más de treinta minutos para el toque de queda, que alarmaba sobre un peligro en la ciudad. Francesca era una adolescente promedio, con buenas calificaciones y aptitudes artísticas más que asombrosas, pero en ese momento se estaba por convertir en un simple olvido.

Corrió lo más rápido que pudo para alcanzar al autobús, sacar su pasaje y buscar un lugar donde sentarse. En su reproductor digital sonaba la canción “Autos, Moda y Rock and Roll”, un hit de la banda mexicana Fandango que supo sacudir a toda una ciudad en los años 80. Era una chica que le gustaba vivir con la moda del pasado e intentaba no olvidar las viejas costumbres. Sacó una carta que su pareja le había escrito esa mañana, y que no había tenido oportunidad de leerla. La lluvia se hizo presente, golpeando en aquel cristal y bailando el mismo ritmo que sus lágrimas al leer la carta.

Levantó la vista un instante para saber cuánto faltaba. Por infortunios del destino, se había pasado unas tres cuadras de su hogar y apenas quedaban dos minutos para que sonara la alarma. Se bajó del autobús y, camino a casa, se propuso continuar leyendo la carta. Un fuerte viento golpeó el pálido rostro de Fran, quien no supo controlar la carta que sostenía en la mano izquierda y emprendió su propio viaje. Intentó atraparla, pero su intento era fallido. Un estruendo sonó por todo el vecindario, indicando el toque de queda, aunque poco le importó a nuestra protagonista.

Persiguió la carta, hasta que ésta atravesó un parque y cayó sobre un charco de lodo. Para su suerte, sólo le quedaba una línea que leer: “deseo pasar el resto de mis días contigo, porque si te vas de mi vida, tendré mil y un razones para morir”. Entre lágrima y lágrima, esbozaba una sonrisa. Dejó que la carta navegara por el mar de la soledad. Dio media vuelta y partió rumbo a su casa, recordando que ya habían pasado diez minutos desde que debería haber llegado. Las gotas que caían sobre sus lentes le obstaculizaban la visión. Se dispuso a correr, cuando su bufanda azul se enganchó con la rama de un árbol. Trató de moverse con agilidad pero los nervios se adueñaron de ella. Al levantar la vista se encontró con un rostro desfigurado e irreconocible, muy similar a cómo describían la figura de la bestia. Aguantó el miedo lo más que pudo hasta que comenzó a gritar. Sus gritos se escucharon por todo el vecindario, mas esto no impidió que la bestia beba de su sangre hasta quedar saciado.

No quedaron restos de la tragedia, de no ser por esa bufanda azul que la convirtió en un mero recuerdo.