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sábado, 12 de diciembre de 2015

Inspiración

El enfrentamiento más importante en la vida de todo ser humano es aquel que se produce consigo mismo, con ese extraño que nos sopla en la nuca mientras observa las campanadas del reloj. El tiempo es oro, pero mi vida no es más que una lágrima que cuelga de un péndulo. No he vuelto a ser el mismo desde que se desvaneció en mis brazos. Desearía poder vivir de los recuerdos, mas su ausencia es la que corretea por mi piel. Fue su amor lo que alguna vez penetró en mi oscuridad y la iluminó a través de un suspiro. Su sonrisa era lo que encandilaba mi historia cada mañana.

Renuncio a dormir porque tengo miedo de conocer mis pensamientos más oscuros, pero con el paso del tiempo los párpados ceden y me sumerjo en un mundo del que no puedo escapar. En mis sueños, me encuentro pronto deambulando en una ciudad sin salida. Corro lo más rápido que puedo e incluso llego a sentir cómo las pulsaciones de mi corazón van aumentando a medida que pierdo el control. Intento gritar, pero de mi boca no sale más que un aullido. Las piernas me pesan y se convierten en cristal. A lo lejos, percibo el sonido de un auto que viene a toda velocidad. No logro girar la cabeza para ver lo que está sucediendo pero sé que en cuestión de segundos, cuando se escuche más y más cerca, me voy a levantar.

Despierto bajo una lluvia púrpura que surge en lo profundo de mis entrañas. En mi interior considero que todos esos sueños son cicatrices que merecen ser abiertas y arrancadas sobre sí. Prometí que iba a cuidarla para toda la vida y, sin embargo, esa noche no pude hacer nada para salvarla. A pesar de todo, debo caminar contracorriente frente a lo que mis impulsos dictan y cargar con la mochila que llevo encima. No es posible entrar a un campo de rosas sin que se dispare ni una sola bala.