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miércoles, 23 de abril de 2014

Bajo la oscuridad

Los sueños se esfuman como bocanada de humo que sale por la chimenea en pleno Julio. El tiempo espera, paciente, a gritarte cada vez más y más fuerte sin importar el dolor que lleves dentro. La brújula que solías sostener ha comenzado a girar para todas las direcciones dejándote atónito al momento que debas tomar una decisión y finalmente, dicha brújula, desaparece. Parecería como si no importara nada en ese momento; quieres encontrar la brújula y seguir el camino que conduzca a esa pequeña llave de una puerta de la que quieres escapar.

Levantas la cabeza y no hay nadie a tu alrededor. Con las fuerzas que te quedan, intentas levantarte pero una fuerza desconocida te empuja contra el pavimento y se ríe a tus espaldas. Por fuera sólo se ve un simple niño llorando en la oscuridad, pero por dentro sientes que alguien está arrancando cada una de tus entrañas hasta desangrar por completo. Las paredes se van cerrando lentamente cual psicópata acecha a su víctima y se deleita oyéndolo gritar. Los latidos del corazón deberían correr más deprisa pero en el interior piensas que lo mejor sería que deje de latir. Un último latido te transporta a recuerdos que creías haber olvidado; piensas en tu familia, en tus amigos, en todo lo que viviste alguna vez.

Piensas que será el fin, pero allí es cuando ocurre la epifanía. Continúas en el suelo sin saber que hacer, cuando una luz se acerca despacio hacia donde tú estás. Su resplandor es tan fuerte que no llegas a verle el rostro. Giras la cabeza hacia el otro lado mientras sientes que “la luz” se va acercando a ti. Sientes un aire húmedo y oscuro en tu oído. Con su ayuda, intentas levantarte. Tus piernas no te responden, pero poco a poco logras ponerte de pie.

Rápidamente, sales de donde estás. El clima hostil y oscuro se ve eclipsado por un sol radiante que pega en tu rostro. Luego de tanta oscuridad, tus ojos van percibiendo diferentes colores. Tus ojos derraman lágrimas como gotas que caen en plena tormenta y golpean la ventana de tu habitación, dejándose caer lentamente hasta desvanecer. Frotas la manga de tu remera contra el ventanal y tras intentar mantener el equilibrio te chocas con lo que parece ser una pared hecha de arbustos.

Alzas la mirada y descubres que estás atrapado en un laberinto. Miras hacia atrás y parece no haber nada. Ese cuarto espeluznante y tenebroso ya no se encuentra allí. Caminas unos pasos, decidido de encontrar la salida y así poder saborear la llamada libertad. Empiezas a impacientarte al no poder hallar respuestas y decides correr. A tu lado, aparece una sombra que no deja de perseguirte. Asustado, intentas alejarte más y más de ella pero parece ser igual de rápida que tú.

Oyes el ruido que proviene de una multitud. Parecerían que están gritando tu nombre. Esbozas una pequeña sonrisa al saber que estás muy cerca de escapar. Estás por llegar a la salida, pero te encuentras con una sorpresa. Las salidas han sido divididas en tres grandes puertas. Cada una de ellas, seguramente te conduzca a un lugar distinto aunque no estás seguro cuál será la mejor o, en todo caso, la peor. No tienes mucho tiempo para pensar, pero escoges la puerta número 3, dejándolo todo a la suerte.

Entras en ella y la puerta se cierra de un portazo. No ves absolutamente nada, más que un cuarto completamente blanco, vacío e infinito. Ingenuamente, pero con voz temerosa, preguntas si hay alguien allí y en cuestión de segundos te das cuenta que estás sólo. Avanzas unos cuantos metros y te topas con una camilla de hospital. Sobre ella, puedes ver que hay un cuerpo tapado bajo una manta blanca con un gran charco de sangre, aparentemente en la zona abdominal. Tomas una de las puntas de la sábana y decididamente la revoleas por los aires.

De repente, abres los ojos y millones de sonrisas dan vueltas sobre ti. Es tu familia, te estaban esperando. Nunca esperaste tal felicidad y, aunque no puedas decir nada, una lágrima tuya lo expresa todo.