La noche se acercaba
y la luna comenzaba a mostrar su cara.
Pronto el reloj marcará las 20hrs y el
viento susurrará un grito de dolor y agonía. Quedaban más de
treinta minutos para el toque de queda, que alarmaba sobre un peligro
en la ciudad. Francesca era
una adolescente promedio, con buenas calificaciones y aptitudes
artísticas más que asombrosas, pero
en ese momento se estaba por convertir en un simple olvido.
Corrió lo más rápido que pudo para
alcanzar al autobús, sacar su pasaje y buscar un lugar donde
sentarse. En su reproductor digital sonaba la canción “Autos, Moda
y Rock and Roll”, un hit de la banda mexicana Fandango que supo
sacudir a toda una ciudad en los años 80. Era una chica que le gustaba vivir con la moda del pasado e intentaba no olvidar las
viejas costumbres. Sacó una carta que su pareja le había escrito
esa mañana, y que no había tenido oportunidad de leerla. La lluvia
se hizo presente, golpeando en aquel cristal y bailando el mismo
ritmo que sus lágrimas al leer la carta.
Levantó la vista un instante para
saber cuánto faltaba. Por infortunios del destino, se había pasado
unas tres cuadras de su hogar y apenas quedaban dos minutos para que
sonara la alarma. Se bajó del autobús y, camino a casa, se propuso
continuar leyendo la carta. Un fuerte viento golpeó el pálido
rostro de Fran, quien no supo controlar la carta que sostenía en la
mano izquierda y emprendió su propio viaje. Intentó atraparla, pero
su intento era fallido. Un estruendo sonó por todo el vecindario,
indicando el toque de queda, aunque poco le importó a nuestra
protagonista.
Persiguió la carta, hasta que ésta
atravesó un parque y cayó sobre un charco de lodo. Para su
suerte, sólo le quedaba una línea que leer: “deseo pasar el
resto de mis días contigo, porque si te vas de mi vida, tendré mil
y un razones para morir”.
Entre lágrima y lágrima, esbozaba una sonrisa. Dejó que la carta
navegara por el mar de la soledad. Dio media vuelta y partió rumbo a
su casa, recordando que ya habían pasado diez minutos desde que
debería haber llegado. Las gotas que caían sobre sus lentes le obstaculizaban la visión. Se dispuso a correr, cuando su
bufanda azul se enganchó con la rama de un árbol. Trató de moverse con agilidad pero los nervios se adueñaron de ella. Al levantar la vista se encontró con un rostro desfigurado e irreconocible, muy similar a cómo describían la figura de la bestia. Aguantó el miedo lo más que pudo hasta que comenzó a gritar. Sus gritos se escucharon por todo el
vecindario, mas esto no impidió que la bestia beba de su sangre
hasta quedar saciado.
No
quedaron restos de la tragedia, de no ser por esa bufanda azul que la convirtió en un mero recuerdo.