Quizá, sean los últimos momentos en
que mi cuerpo posea un alma. Será, que pronto se dará el suspiro
final; un final lleno de amargura, mezclado con la pena que la guerra
dejó. Una fuerte llovizna nos acompaña esta noche junto con el vino
extraído del racimo de la soledad. Cierro los ojos imaginando que
aquellos gritos desgarradores son una simple música de melancolía.
He visto cosas que el hombre no puede llegar a crear siquiera en su
mente, cosas que provocaría el estremecer de todo tu cuerpo, de
todos tus músculos.
La cabeza me da vueltas como la
tempestad que azotó los corazones del pueblo. De lo poco que he
vivido, he aprendido que no puedes confiar ni de tí mismo. Sino,
mírame a mí, agonizando y lamentándome de todo lo que dejo en el
camino. Lazos ardientes producidos bajo el fuego de la unión poco a
poco se desvanecen. La sencilla idea de saber que mis hijos se van a
criar sin un padre, me mata. Meditar sobre mi final es agotador. Dudo
sobre cuál debería ser mi sentimiento. Hemos ganado la guerra, pero
hemos perdido gente en el camino, compañeros que nunca van a ser
olvidados. He sido una de las personas más egoístas del mundo al
querer luchar por mi país, ya que he renunciado a luchar por mi
vida.
Lágrimas corren por mi mejilla que se
evaporan por la pasión que penetró en mi piel. Todo este tiempo he
negado la existencia de un dios, pero si realmente hay alguien allí
fuera: proteja a mi familia. Las punzadas se turnan por sobre todo mi
cuerpo para hacerme sufrir. Lo merezco, en serio lo merezco. Por
favor, que termine ya esta tortura. Por más que grite, por más que
llore, nadie me va a escuchar con las paredes derrumbadas sobre mí.